Viaje al fin del mundo

Un viaje empieza donde acaba el mar, nuestro viaje terminó allí, porque así lo decidimos. Fuimos cuatro amigos, en invierno, el puente de todos los santos, llovía. Pero en Galicia eso no importa. 

El mar te envuelve casi por entero igual que en Finisterre, donde termina el Camino, donde los peregrinos van a ver dormir al sol y si no se ve, nadie se queja. 

Hay un sitio mágico, el faro, donde se ven las dos costas, la amigable y la salvaje y en ese lugar, cenar y probar el viento resguardado en su restaurante, con una copa de amigos alrededor contando historias increíbles, es sublime.

Playa infinita “Praia do Rostro”, enorme espacio que puedes recorrer corriendo entre gaviotas, cormoranes, cuervos, gavilón… no hace frío, pero no te fías, miras al infinito, a poniente.

Praia Mar de Fóra, brumosa, fría, al final Nueva York. Así linda el Faro al oeste según sus escrituras. Pero respeto da y mucho cruzar esa mar océana. Mirar desde la playa rezas por todos aquellos que están allí.

Historia llena, según dicen, de la zona de naufragios más documentados del mundo, un triste logro que hace sentirte aún más recogido y pequeño que nunca.

Las historias se cuentan mejor por la noche, con cielo prieto de nubes y viento rompiendo sobre el tejado, una vela, la luz se fue. Comidos y templados, alguien de allí, un parroquiano contó que naufragó 3 veces y una de ellas en un golpe de mar, en esta costa. Se obligó a nadar a esta playa, para llegar a puerto antes que su barco, antes de que ni siquiera lo echaran de menos y llegó para embarcar de nuevo.

Lo que supimos, fue el placer de oír contar historias alrededor de una vela, con la sonrisa o el asombro pintado en la cara, eso es lo que nos llenó esa noche, algo ya antiguo o lo parece, ancestral, fuego, vino, historias y leyendas.